Totalitarismo, autoritarismo y fascismo.
Las diferencias conceptuales
entre cada uno de estos tres elementos obligan a tener que diferenciarlos en
función de la implicación del Estado y del líder en el control de la
ciudadanía.
El totalitarismo hace referencia a dos fenómenos perfectamente claros
y diferenciados en la Historia del siglo XX. Por un lado, el nacionalsocialismo
alemán y por otro lado el estalinismo soviético. Sus características
fundamentales son: a) el control absoluto del individuo por el Estado (ver 1984
de George Orwell); b) la instrumentalización consciente y privilegiada de los
conocimientos científicos y tecnológicos para llevar el control al extremo; c)
existencia un partido único encargado de la difusión de la nueva ideología
totalitaria hasta el último rincón de la sociedad, un partido fuertemente
jerarquizado y absolutamente fundido con la administración del Estado, incluso
situado por encima de ella; d) un sistema terrorista de control policíaco,
ejerciendo de vigilancia y garantía de anticorrupción (en realidad la
corrupción son ellos mismos quienes la monopolizan); e) la arbitrariedad con
que esa misma policía política ejerce su represión, explotando sin la menor
limitación ética los avances de la psicología científica y el potencial de la
propaganda y los mass media; f) un fuerte componente milenarista, que aspira a
la renovación absoluta de la sociedad y de los individuos que la componen,
sustituyendo al ser humano por un hombre
nuevo; g) el control centralizado de la economía y una rígida dirección a
cargo del Estado.
El totalitarismo viene a ser
considerado como un perfeccionado y moderno aparato de encuadramiento político
de masas.
El autoritarismo un grado de control político y policial menor. Bien
porque los enemigos del sistema autoritario fuesen menos y más localizados, o
bien debido a la escasa complejidad de un tejido social concreto, en cualquier
caso el grado de represión social se mantiene siempre a menor escala.
En este tipo de regímenes las
pretensiones de cambio se confunden con las tradiciones históricas de cada
territorio y lo que se presenta como mecanismo de cambio, acaba siendo una
regresión hacia tradiciones perdidas de la grandeza y la gloria de los países
donde encontramos esta forma de gobierno. Finalmente, aunque se instalan nuevas
formas políticas quedan supeditadas a las tradiciones históricas de corte
autoritario.
El fascismo, es un vocablo y concepto de doble significación. Por un
la resume la designación de un determinado desarrollo histórico. Por otro lado,
se trata de un concepto genérico que sirve para la caracterización polémica de
todos aquellos movimientos
antidemocráticos de derecha que tienen como meta el Estado
Nacional-Autoritario de un solo partido y que ha de ser visto como contragolpe
frente a los ordenamientos estatales y sociales comunistas y socialistas, pero
también liberal-democráticos.
La denominación fascista
resulta inadecuada para regímenes como el de Horthy en Hungría, el régimen de los
Mariscales en Polonia, el de Salazar en Portugal, las dictaduras balcánicas, o
las dictaduras de Primo de Rivera y Franco en España. En todos estos regímenes
dictatoriales pueden hallarse elementos coincidentes con la acción política del
fascismo, como son el fuerte nacionalismo, el carácter marcadamente
antisocialista, el auxilio al sistema dictatorial de las capas sociales ligadas
a la defensa del capitalismo, la colaboración estrecha con las Instituciones
religiosas predominantes. Pero ninguno de ellos propone un nuevo orden social,
político y económico, nuevo y revolucionario, si no que más bien plantean el
regreso a los valores tradicionales más conservadores.
En muchos de estos regímenes
se sirven de los partidos ultra nacionalistas o fascistas para la llegada a la
poder, pero no es el fascismo el que absorbe los mecanismos de poder, sino más
bien al contrario, son los mecanismos de poder los que absorben al fascismo y
quedan integrados como una pieza más de apoyo al dictador de turno. Así, sabemos
que en España la falange quedó prácticamente eliminada como fuerza autónoma y
con pretensiones de hegemonía desde 1937, cuando se detiene a Hedilla para
evitar la prolongación del liderazgo heredado de José Antonio Primo de Rivera.
En Rumania, la Guardia de Hierro de Coodreanu quedó en gran medida exterminada
por el gobierno del general Antonescu. En Brasil, el Integralismo quedó
disuelto en 1037 por Getúlio Vargas, fundador del Estado Novo, después de
fracasar en la tentativa de asalto al poder. Se pueden eliminar del criterio de
fascismo puro, además de los regímenes ya citados, los siguientes Estados: la
Grecia de los Coroneles, El Chile de Pinochet, la Argentina de Videla…
El fascismo procura siempre
infundir a las masas la sensación de hallarse constantemente movilizadas,
siempre en relación directa con el jefe, a la vez intérprete omnisciente de sus
deseos y aspiraciones y único realizador de los mismos. Esa movilización se
orienta hacia una revolución de la que habría de nacer un nuevo orden social más
justo, reconocible en el nuevo Estado. En todos los casos un orden jamás
experimentado en la historia. De este modo el concepto parece quedar delimitado
en exclusiva a los fenómenos del fascismo italiano, el nacionalsocialismo
alemán y unos pocos movimientos menores de Europa central y occidental.
Las primeras interpretaciones
que se hacen sobre la naturaleza y origen del fascismo fueron propuestas por
sus adversarios que trataban de definir las condiciones que lo habían hecho
posible.
Los liberales veían en el
fascismo la enfermedad mental de Europa. Lo calificaban como contracorriente de
la marcha de la Humanidad hacia el progreso y la libertad. Los marxistas
elaboraron una explicación teórica del fenómeno desde temprano. Para algunos no
era más que una crisis pasajera, mientras que otros lo consideraban una táctica
del gran capital frente a las luchas obreras.
En 1928 el KOMINTERN fijó la doctrina oficial, el fascismo es el medio
por el cual la burguesía decadente trata de dominar a la clase obrera cuando el
Estado Liberal se manifiesta incapaz de hacerlo.
El fascismo aparecería como un
fenómeno moderno, producto de unas sociedades transformadas por la
industrialización. Se apoyó en el descontento de las clases medias y populares
por las crisis de entreguerras, se alía con capitalistas y terratenientes,
busca integrar a las masas sociales conjugando
concesiones sociales, paternalismo estatal y exaltación nacional.
El éxito del fascismo se
inscribió dentro de la crisis social de posguerra o durante las secuelas de la
crisis de 1930. Su implantación solo es posible en los estados que tienen
débiles democracias y escaso desarrollo de la historia democrática y donde la
exaltación nacional fue exacerbada.
El Estado se publicitaba como
el instrumento de los fuertes y la garantía de los débiles, el poder se
concentraba en el jefe del Estado y los partidos políticos fueron suprimidos a
favor de un Partido único, alma de la Nación.
EL FASCISMO ITALIANO
1. Orígenes y ascenso al
poder:
Victoriosa, aunque
decepcionada en sus aspiraciones, Italia atravesó después de la guerra una
triple crisis, moral, económica y política, que desembocó en 1822 en la toma
del poder por Mussolini y la instauración del régimen fascista. En un país que
no había podido encontrar su equilibrio después de la unificación, el fascismo
se presentaba como un régimen capaz de ofrecer soluciones a problemas
endémicos.
La guerra había dejado a
Italia al borde del colapso. Las ventajas obtenidas en los tratados parecían
insuficientes en relación a sus pérdidas: 600.000 soldados. La desilusión y el
rencor encontraron amplio eco entre los antiguos combatientes, que tenían
problemas para reintegrarse en la vida civil. Entre ellos reclutó Mussolini los
primeros elementos del movimiento fascista.
La guerra había acentuado
también los desequilibrios de la economía. Aunque Italia había iniciado ya el despegue
industrializador entre los años 1890-1910, el triángulo Génova, Milán Turín
concentraba el desarrollo industrial, pero en el resto del país el peso de la
artesanía y la agricultura seguía siendo muy importante. En 1914 la agricultura
ocupaba el 57% de la población activa, además era en su mayoría tradicional,
poco tecnificada y no era de capaz de abastecer a todo el mercado.
Después de la guerra, la
industria italiana tuvo que enfrentarse a problemas de reconversión de difícil
solución. Las grandes empresas dedicadas a la fabricación de bienes de consumo,
sobre todo en la rama textil y automovilística habían experimentado un
desarrollo espectacular, pero la falta de un mercado nacional suficiente y la
brusca caída de la demanda exterior como consecuencia de la crisis de
posguerra, fomentó el paro en las grandes ciudades donde había aumentado el
número de obreros industriales por las necesidades de mano de obra de la
guerra. Italia había financiado el esfuerzo bélico mediante el recurso a la
inflación y los préstamos exteriores. El alza e precios y la crisis monetaria
acarrearon la miseria de las clases populares urbanas y rurales, pero también
un brusco empobrecimiento de las clases medias, que perdieron su confianza en
los partidos gobernantes y en el Estado liberal burgués.
El Partido Socialista domina
la Confederación General de los Trabajadores de Italia (CGLI) y la Federación
de Trabajadores de la Tierra, desde donde se lanzó un vasto movimiento de
ocupación de fábricas y fincas abandonadas. La crisis social tomó una
orientación revolucionaria, frente a la cual los gobernantes liberales se
mostraron incapaces de adoptar medidas eficaces. Las clases propietarias
espantadas ante la amenaza bolchevique que se cernía sobre Italia, no veían
otra salida que apoyar a un grupo político, en principio insignificante, pero
muy pronto resuelto a oponerse firmemente a la marea revolucionaria, los
fascistas de Mussolini.
Benito Mussolini, periodista
que en 1914 había dejado la dirección del periódico socialista Avanti para
defender la tesis de la guerra contra Austria en el Popolo d’Italia, creó en
Milán, en marzo de 1919 los fascios de combate. El término fascio es ambiguo,
recordaba el nombre de los grupos rebeldes campesinos sicilianos a finales del
siglo XIX, pero también aludía al fascio de la antigua Roma. El programa de los
fascios era demagógico, expresaba ideas nacionalistas y preconizaba a la vez
reformas sociales y la instalación en Italia de un régimen fuerte. El
movimiento no obtuvo al principio más que un éxito modesto y, en las elecciones
de 1919, los candidatos fascistas y su mismo jefe fueron derrotados. Buscando
las razones del fracaso Mussolini lo achacó a una falta de disciplina del
Movimiento. Transformó entonces los fascios en formaciones paramilitares cuyos
miembros se constituyeron en milicias y escuadras, y adoptaron la camisa negra
como símbolo de luto por las esperanzas de Italia.
Los fascistas aprovecharon
para imponerse en medio de la situación
de desgobierno en que estaba sumida Italia. Su finalidad era abatir a sus
adversarios comunistas y socialistas a la vez que demostrar la debilidad de los
partidos liberales, así como aparecer como los únicos defensores eficaces del
orden social. En 1920, Mussolini se acercó a los medios patronales italianos,
que incrementaron sus aportaciones a las milicias fascistas.
Aureolados por su función de
protectores del orden, los fascistas progresaron rápidamente en el curso del
año 1921, pasan de 20.000 en 1919 a 320.000 en 1921 y fundaron el Partidos
Nacional Fascista, que se convertiría a comienzos de 1922 en un partido de
masas.
Sin embargo, numerosos
moderados no veían en el fascismo más que una moda pasajera. Giolitti, político
moderado en el poder, intentó la maniobra de disolver la Cámara. En las
elecciones de 1921 Mussolini fue elegido diputado por Milán. La ofensiva
fascista redobló entonces su virulencia en su marcha hacia el poder. En el
verano de 1922, consiguieron abortar una huelga general convocada por la
extrema izquierda en protesta por la violencia fascista. Mussolini hizo una
demostración de fuerza con la Marcha
sobre Roma de las milicias fascistas. El 26 de octubre de 1922 envió un
ultimátum al gobierno exigiendo el poder. El 30, el rey Víctor Manuel III,
asustado, cedió y encargó al Duce la formación de un nuevo gobierno.
Mussolini quería dar una
impresión de distensión y conservó la Monarquía y el Parlamento, y en su primer
gobierno de coalición solo eran fascistas 4 de los13 ministros que lo
componían. Preparó con sumo cuidado las elecciones de 1924. Así, la coalición
nacional compuesta casi exclusivamente por fascistas obtuvo las tres cuartas
partes de los escaños.
El diputado socialista Matteotti
fue asesinado el 10 de junio de 1924. Toda la prensa no fascista exigió el
esclarecimiento de los hechos, pues el atentado provocó una profunda conmoción
social, sucediéndose protestas y manifestaciones en memoria del difunto. En la
Cámara, la oposición decidió retirarse en señal de protesta. El fascismo supo
resistir y organizó un régimen totalitario. En 1925 se crean las Leyes de
Defensa del Estado, en virtud de la cual Mussolini solo era responsable ante el
Rey y podía legislar por ordenanzas; el Consejo de Ministros se convertía en
consultivo y el Parlamento perdía todo poder efectivo; se prohibían los
partidos y los sindicatos, a excepción del Partidos Nacional Fascista; la
prensa, la radio y el cine quedaban sometidos a la censura; se crea una policía
política, l’OVRA (Organización Voluntaria para la Represión del Antifascismo)
se encargaría de la depuración de la administración, del Ejército, de la
enseñanza y a perseguir, encarcelar, exiliar e incluso asesinar a los enemigos
del régimen. La dictadura era un hecho y Mussolini el todopoderoso Duce.
2.- Doctrina y acción
política fascista.
El fascismo expresaba la
inquietud por la impotencia del régimen parlamentario ante la crisis, la
voluntad de los propietarios de salvaguardar el orden establecido, la relación
de los nacionalistas humillados por una paz decepcionante. Mussolini supo
conciliar esas corrientes y encarnar a la vez frustraciones y la esperanza de
gran parte de la sociedad italiana. Solo después de la toma del poder elaboró
una doctrina a la que quiso dar valor universal. Un rasgo esencial del fascismo
fue la agresiva hostilidad hacia los principios liberales y democráticos que
predominaban entonces en la vida política de la Europa Occidental. En 1921,
Mussolini se declaraba reaccionario, antiparlamentario, antidemócrata,
antiliberal y antisocialista.
Mussolini opone a los
principios democráticos el ideal de un Estado Total: el Estado Totalitario,
fundado en la fuerza del sentido colectivo y en la mística del jefe que encarna
la voluntad de la masa. Para el fascista todo está en el Estado, nada contra el
Estado, nada fuera del Estado. El Estado debe vertebrar, encuadrar y dirigir el
conjunto de las actividades y las fuerzas de la Nación.
Como en Italia no existía un
Estado fuerte, la tarea del Duce y del partido fascista debía ser crearlo. El
Duce retenía él solo todo el poder de decisión.
Le asistía el Gran Consejo
Fascista que tenía la facultad de establecer la lista única de candidatos
en las elecciones legislativas. En 1938 una Cámara
de Fascios y de Corporaciones sustituyó a la Cámara de Diputados.
Amo del Estado, el Duce, era
también el jefe del Partido Fascista, pues había una identidad absoluta entre
el Partido y el Estado, incluso los funcionario eran escogidos entre los
miembros del Partido.
A cada nivel de edad los
italianos estaban encuadrados en diversas organizaciones y recibían una
enseñanza cívica basada en los discursos del Duce. La propaganda se ejercía
sobre el conjunto de la Nación mediante el control de todos los medios de
expresión y el ascendente personal de Mussolini sobre las masas. Una de sus
primeras preocupaciones políticas fue lograr la cuestión romana para obtener la
simpatía y el apoyo de todos los italianos y crear una conciencia nacional. Los
Acuerdos de Letrán firmados con el
Papa en 1929 costaron caros, pero eliminaron la tensión que existía entre la
Iglesia y el Estado. Fue uno de los grandes éxitos del régimen fascista.
Los obreros tuvieron que
inscribirse y cotizar en los sindicatos fascistas y los patronos en las
federaciones industriales. La Carta del
Trabajo de 1927 (Carta di Lavoro)
sometía los conflictos al arbitraje del Estado. La organización fascista del Dopolavoro se ocupaba de vigilar el ocio
de los italianos asegurando diversiones para después del trabajo.
Al querer aportar soluciones
nuevas a los problemas seculares de Italia, pero sobre todo al asegurar el
orden en el interior y el prestigio internacional en el exterior, Mussolini
agrupó a su alrededor a la mayoría de sus compatriotas. Pero ese consenso se vio
debilitado a partir de 1935-1936 por efecto de la crisis económica, del
endurecimiento del régimen y del peligro evidente hacia la deriva de la guerra
a la que estaba arrastrando Mussolini a todo el país.
En materia económica el fascismo emprendió una acción programática.
Con el fortalecimiento de la dictadura y la vuelta al orden, se afirmó la
confianza de los inversores, aunque seguía habiendo dificultades como la
depreciación constante de la Lira y
la balanza de pagos deficitaria. Mussolini quería una moneda fuerte y a partir
de 1936 inició la llamada Batalla de la
Lira, es decir,una rigurosa política de deflación y el apoyo a la inversión
de capitales extranjeros, principalmente americanos, concretamente de la Banca
Morgan, que permitieron una recuperación espectacular de la Lira, estabilizada
en 1927, aunque una lira revaluada era
demasiado fuerte para sus intereses comerciales y se frenaron las
exportaciones.
La necesidad de limitar las
importaciones implica la denominada política de batallas de la producción,
popularizadas y estimuladas por una intensa propaganda.
Emprendida en 1925, la batalla del trigo, hizo pasaren cinco
años la producción de 46 a 65 millones de quintales y liberando la importación
de cereales. Por la Ley de Bonificación Integral se rehabilitaron 5 millones de
hectáreas de tierras pantanosas donde aun causaba estragos la malaria.
Se abordó un amplio programa
de obras públicas para luchar contra el paro. Las autopistas, los acueductos o
las estaciones monumentales de las grandes ciudades, a los ojos de Mussolini,
debían ser testimonio imperecedero de la grandeza fascista. Siendo Roma objeto
de una atención particular.
Mussolini deseaba una Italia
poblada. Por ello la política demográfica fue natalista. La Obra para la protección
de la Maternidad y de la Infancia, organismo del Estado financiado con
impuestos que solo se cobraban a los solteros, luchó contra la mortalidad
infantil, multiplicó las casas cuna y las maternidades. La población pasó de
37’9 millones en 1921 a 44’9 en 1940. La emigración fue prohibida en 1926 fuera
de los territorios italianos.
Italia se vio profundamente
afectada por la crisis de 1930 en un momento de expansión económica. La
producción industrial de índice 100 en 1929 bajó a 66 en 1932. Las exportaciones
bajaron de 21 a 9 millones de liras. El número de parados superó el millón en
1932 y numerosos bancos quebraron. Frente a la crisis el régimen tomó medidas
rigurosas, control estricto de los cambios. Acuerdos de clearing con Alemania y Rumanía para conseguir materias primas indispensable sin tener que utilizar
divisas, proteccionismo severo, sobre todo al principio practicando una
política de autarquía que implicaba un fortalecimiento del papel de Estado en
la economía. Aun así, el capital privado continuaba detentando participaciones
en las sociedades controladas por el IRI (Instituto de Reconstrucción industrial), organismo que depende del Estado creado para ayudar a las empresas
en dificultades.
La política exterior fue una
consecuencia de la política económica, incluida la guerra de ocupación
emprendida en Etiopía en 1936-1936, pues servía para absorber el paro,
potenciando la industria de guerra, y para buscar recursos de materias primas y
ampliar el mercado. El país se vio inmerso en una auténtica economía de guerra
con restricción del consumo, la población sufrió un racionamiento de carne,
gasolina, electricidad... Aunque la victoria había halagado el orgullo
nacional y el régimen parecía firmemente instalado, las sanciones económicas
impuestas por la Sociedad de Naciones, repercutieron negativamente en la
economía italiana, además de contribuir al acercamiento con Alemania y el
establecimiento del Eje Berlín-Roma de 1936, al que pronto se unirá también
Tokio, perfilándose como una grave amenaza para la paz.
EL NAZISMO ALEMÁN
1.- La República de Weimar.
La República de Weimar era
hija de la derrota y de la revolución y se impuso con dificultad en un país en
el que las tradiciones democráticas estaban débilmente arraigadas antes de 1914,
Tuvo que soportar en diez años las dos crisis económicas más graves de la
Alemania moderna, la inflación de 1923 y a crisis mundial de 1930, que tuvo unas
repercusiones nunca vistas en Alemania.
El 9 de noviembre de 1918 fue
proclamada la República en Weimar, después de que la derrota militar obligara a
abdicar al emperador Guillermo II. Los socialistas, tras la revolución de
noviembre, accedieron el día 10 al poder con el socialdemócrata Ebert y el día
11 firmaron el armisticio. Aquello les definió como traidores a los ojos de la
opinión nacionalista, a pesar de ser el Estado Mayor alemán quien había pedido
un gobierno que negociase el armisticio, convencido de que no se podía ganar la
guerra, antes de que se produjera la revolución.
Al mismo tiempo se formaron en
Berlín y Munich comités de obrero y soldados similares a los soviets. Con la
ayuda del ejército el gobierno aplastó la tentativa revolucionaria de los
espartaquistas. Esta vez los socialista pasaron a convertirse en traidores a
los ojos de la opinión revolucionaria y la nueva República hubo de enfrentarse
a un movimiento revolucionario que pasaba a engrosar las filas del partido
comunista.
Además tuvieron que asumir la
responsabilidad del Tratado de Versalles. Las duras negociaciones dejaron a
Alemania profundamente humillada e indignada tras una traumatizante derrota.
La Asamblea Constituyente se
reúne en la pequeña localidad de Weimar por temor al proletariado berlinés y acordaron para Alemania la creación de un gobierno democrático con un Reichstag
(Parlamento), un Canciller (Presidente del Consejo) y un Presidente elegido por
sufragio universal. La Constitución, liberal y democrática, afirmaba la
igualdad ante la ley y reconocía las libertades fundamentales y la soberanía del
pueblo.
La República de Weimar fue un
régimen muy frágil. Los principales apoyos del régimen fueron: el Partido
Socialdemócrata, que defendía una política de reformas sociales; el Zentrum,
que reagrupaba a los católicos, quienes desde 1925 derivó hacia posiciones
conservadoras; y el Partido Demócrata favorable a una democracia parlamentaria.
Estos partidos se entendían en lo tocante a las instituciones pero se
enfrentaban en la política económica y social.
Por otro lado encontramos
partidos hostiles a la república. A la izquierda el Partido Comunista alemán
(KPD), que fue atrayendo a un número creciente de obreros convirtiéndose en una
fuerza política de primer orden. La oposición de derechas estaba constituida
por el Partido Nacional Alemán, apoyado por los pangermanistas y nostálgicos de
la Alemania Imperial. En la extrema derecha el Partido Nacional Socialista de
los Trabajadores Alemanes (NSDAP), partido nazi, dirigido desde muy
tempranamente por Adolf Hitler, quien intentó en 1923 un golpe de estado, el
Putsch de Munich, que fracasó, pero la reorganización que hizo Hitler en el
partido con el objetivo de la conquista del poder por las urnas supondrá el
principal problema para la república.
La economía alemana superó mal
la crisis económica y financiera de 1920-1923, además hubo de soportar el costo
de la guerra. Sufrió el peso de las reparaciones cuyos efectos más destacados
fueron la acentuación de la inflación y la depreciación del marco. Por último,
la ocupación del valle del Rhur por parte de las tropas francesas en 1923, dejó
al nuevo Estado muy debilitado.
A partir de 1924 se empieza a
notar la recuperación. Se crea el Reichmark como nueva moneda lo cual
reestructura el sistema monetario y financiero germano. El equilibrio
presupuestario, la afluencia de capitales y las futuras renegocaciones de las
indemnizaciones, ayudado por una abundante mano de obra barata, facilitan la
recuperación.
En 1925 la derecha accedió a
la presidencia de la mano de del viejo mariscal Hindenburg, lo que tranquilizó
los ánimos de los exaltados nacionalistas. En política exterior, la presencia
de un mismo ministro, Stressemann desde 1923 a 1929 le dio continuidad y
favoreció la mejoría del sistema parlamentario. Finalmente la crisis económica
de 1929 echó por tierras las escasas esperanzas que se estaban gestando y
favoreció el ascenso del partido nazi. Hacia 1932 más de seis millones de
alemanes no tenían empleo y cundía la recuperación.
2.- Hitler y el Partido nazi.
Hitler, líder del Partido
Nazi, marcará con su carácter el devenir del partido y del futuro de Alemania.
Nacido en 1889, en Braunau, Austria, Adolf Hitler vivió desde 1907 en Viena en
la miseria, practicando diversos oficios, y allí dedicó su tiempo a las
lecturas, las cuales le sirvieron para desarrollar su ideología.
Los enfrentamientos de la policía
con los obreron por las calles, le llevaron a odiar ferozmente al marxismo. El
antisemitismo se exacerbó en él a la vista de los numerosos judíos en Viena que
ejercían de banqueros y hombres de negocios.
Acogió con entusiasmo el
estallido de la guerra y se presentó como voluntario, donde alcanzó la
graduación de cabo. Desmovilizado en 1918 en Munich se negaba a creer que
Alemania hubiera sido derrotada y estaba convencido de que una conspiración
entre judíos y comunistas había apuñalado al magnífico ejército alemán.
El 12 de septiembre de 1919 se
adhirió al pequeño Partido Nacionalsocialista y desde entonces su destino
estuvo unido al del movimiento.
En julio de 1921 Hitler inició
una reorganización del partido al que dota de un periódico y de una formación
paramilitar, las Secciones de Asalto, las SA, o camisas pardas dirigidas por
Röhm. En 1925 Hitler era el jefe incontestado del partido y creó sus propia
milicia personal, las Secciones de Protección, las SS.
Cuando accedió al poder en
1934 tenía 44 años, era un personaje complejo, con orgullo desmesurado, una
imaginación exaltada, odios obsesivos, megalómano y pocas dotes militares.
En los nueve meses de prisión
que sufrió en 1923 tras el Putsch de Munich, escribió el Mein Kampf, Mi Lucha,
libro que era en aprte biografía y en parte recopilación de sus puntos de vista
políticos y doctrinales, sus ideas fundamentales se resumen en:
a) El nacionalismo,
continuación de las corrientes pangermanistas del siglo XIX, Hitler soñaba con
la integración de todos los pueblos de lengua alemana en un solo Reich que
debía estar asentado sobre un espacio vital amplio que asegurara el cobijo del
Estado a todos los alemanes y la supervivencia de la raza aria.
b) El racismo,
que estaba en el corazón mismo de la doctrina nazi y se fundaba en la falacia
de la superioridad de la raza aria, “la
raza elegida debía imponer su ley a los pueblos inferiores”.
c) El totalitarismo,
necesario para hacer triunfar el nuevo orden que debía llegar a Alemania. Hitler
deseaba sustituir el régimen parlamentario y democrático, por un Estado
todopoderoso dirigido por un jefe único, el Führer.
Una Alemania grande solo podía conseguirse con un pueblo único, unido por un
propósito común, bajo un único líder: “Un
Pueblo, un Imperio, un Jefe”.
Frente a las dificultades de
Alemania entre 1929 y 1933 las tácticas de Hitler y su partido fueron muy
hábiles. Comenzaron denunciando como responsables de la crisis a los
demócratas, comunistas y sobre todo a los judíos. Recorrieron el país dando
mítines y organizando manifestaciones. Hitler prometía trabajo, defensa de la
propiedad privada y abrigo a los pequeños industriales. El empuje electoral del
nazismo fue muy rápido entre las clases medias y entre los obreros en paro. Se
atrajo a los nacionalistas y a los veteranos oficiales del ejército por su
crítica al Tratado de Versalles y su voluntad de romperlo. A partir de 1931,
Hitler se aproximó a los medios financieros e industriales. Desde 1932, junto a
antiguos apoyos como los de Thyssen y Stinner, dispuso del de Krupp. En el
partido,la fracción anticapitalista dirigida por Strasser se indignó, pero
Hitler le redujo al silencio. El capitalismo veía en Hitler una solución nueva
y esperaba poder manipularle.
A finales de 1932el Partido
Nazi se había convertido en una fuerza considerable con 1,4 millones de
afiliados, 300.000 miembros de las Juventudes Hitlerianas y 350.000 entre SA y
SS en pie de guerra. La propaganda estuvo dirigida y orquestada por Göebbels,
que ayudó a reforzar el impacto de los discursos de Hitler, así como utilizó
habitualmente la prensa, la radio, e incluso símbolos como la cruz gamada, o la
organización de desfiles paramilitares, que impresionaron al pueblo alemán. En
las elecciones los nazis iniciaron un ascenso irresistible a partir de 1930. Las
elecciones de 1932 marcada por las peleas callejeras entre comunistas y nazis,
éstos últimos obtuvieron una victoria arrolladora con 14 millones de votos y 230
diputados. La débil coalición de Weimar hacía patente la crisis del sistema.
Laprogresión del partido nazi complicó la situación política, pues ni la
extrema derecha, ni los partidos de Weimar ni la extrema izquierda tenían
mayoría en la Cámara. El 30 de enero de 1933, Hindenburg nombró Canciller a
Hitler y le encargó la formación de gobierno.
3.- La dictadura nazi.
Desde el mes de enero al de
julio de 1933, los nacionalsocialistas establecieron una férrea dictadura sobre
el pueblo alemán. Hitler formó un gabinete de coalición dominado por
conservadores, pero puso a hombres leales en algunos puestos clave, como Göering
en el Ministerio del Interior. Obtuvo de Hindenburg la disolución del Reichstag
y esperaba disponer así en la nueva asamblea de al menos dos tercios de los
escaños para conseguir el voto de plenos poderes.
Las elecciones previstas para
el día 5 de marzo, se desarrollaron en un clima de temor y violencia, se
suspendieron las libertades de prensa y de reunión, se limitaron las garantías
judiciales en caso de arresto y se sometió a los partidos de izquierda a una
persecución sistemática. El incendio del Reichstag del 27 de febrero, provocado
por los nazis pero atribuido a los comunistas, le permitió reducir al KPD al
silencio. A pesar de todas estas maniobras, en las elecciones de marzo de 1933
la NSDAP solo obtuvo el 43’9% de los votos y solo contaba con poco más de la
mitad de los escaños contando con sus aliados del Partido Nacional Alemán. Los
comunistas fueron excluidos del Reichstag, pero Hitler necesitó el apoyo del
Zentrum para disponer de plenos poderes. La Cámara se lo concedió en virtud de
la ley que votó el día 23 de marzo marcando con ello su poder legislativo y el
de la soberanía nacional, permitiendo al Führer dar comienzo a su dictadura.
Los resultados fueron
inmediatos, todos los partidos excepto el nazi desaparecieron de la escena política.
La Ley de 14 de julio de 1933 prohibió la reconstitución de los partidos y
declaró como único partido autorizado al partido nazi. Los sindicatos fueron
suprimidos, sus bienes confiscados y las huelgas declaradas fuera de la ley.
El 30 de marzo de 1933 se
abría en Dachau el primer campo de concentración para los enemigos del régimen.
El mantenimiento del orden nazi estaba asegurado desde febrero por una policía
auxiliar compuesta por las SA y las SS. A principios de julio Hitler anunció a
su pueblo que había concluido la revolución
nacional.
Solo quedaban dos grupos
potencialmente rivales, el primero el ejército alemán, todavía muy alejado del
movimiento nazi, que sufrió varias purgas hasta pocos meses antes de la muerte
del dictador. Por otro lado, las SA encabezadas por Röhm, dentro del propio
partido.
Röhm era un viejo amigo de
Hitler, pero desaprobaba la amistad de su líder con los hombres de negocios y
con los oficiales del ejército. Hitler decidió eliminarlo, el 30 de julio de
1934, en la noche de los cuchillos largos,
cuando fueron arrestados los jefes de las SA reunidos en Baviera y Röhm fue
ejecutado. La represión alcanzó también a los nacionalsocialistas de izquierda
como Strasser, perdiendo la vida en las purgas entre 150 y 200 personas. La violencia
había desaparecido de las calles, pero el crimen se convirtió en el arma
política del Estado. En agosto, a la muerte de Hindenburg, Hitler concentró en
su persona los cargos de Presidente y Canciller, se convirtió en el Reichführer
y se apropió de todos los poderes del Estado.
Solo el ejército conservaba
algo de independencia, pero desde agosto de 1934 los oficiales debían prestar
juramento de fidelidad a Hitler y no a la Nación. El líder germano depuró el
ejército desembarazándose de los generales que discrepaban o fomentando el paso
a la situación de retiro. Suprimió el Ministerio de la Guerra y se convirtió en
el Comandante de las Fuerzas Armadas. Hitler estaba dispuesto a afrontar una
guerra en Europa y debía estar preparado para ello.
En sus métodos el gobierno
nazi fue totalitario, despreciaban la libertad individual y perseguían un
control total sobre la vida de los ciudadanos.
Desde febrero de 1933 los
nazis accedieron a los puestos clave del Estado, apoderándose de la
administración. La depuración de la función pública les aseguró la docilidad
del funcionariado, que tenía que adscribirse al partido. Muchos funcionarios
fueron expulsados al aplicar la ley de abril de 1933 que permitía licenciar a
los funcionarios por razones políticas o raciales.
La política racista de Hitler
se orientó principalmente hacia la comunidad judía que desde 1933 no dejó de
sufrir persecuciones sistemáticas. Después de ser excluidos de la función
pública en 1934, desde 1935 los judíos no podían ser ciudadanos alemanes ni
casarse con arios.
Millares de judíos perdieron
su trabajo y otros tantos emigraron. Los millones que permanecieron en Alemania
sufrieron la persecución. Los ataques a sus propiedades fueron continuas, les
impusieron medias vejatorias, como llevar la estrella amarilla, se les prohibió
entrar en determinados lugares públicos, violencias personales, y finalmente recluidos en campos de concentración, donde no acabarían sus desgracias.
El asesinato en París el
7 de noviembre de 1938 de un diplomático
alemán a manos de un joven judío, sirvió de pretexto para un asesinato masivo
organizado por Göebbels, la noche de los
cristales rotos, donde fueron incendiadas las mayoría de las sinagogas,
destruidas 7.000 tiendas judías, asesinados gran número de judíos. Con la
guerra se intensificaron las persecuciones, hasta llegar a uno de los más
monstruosos genocidios de la historia, triste honor que albergan judíos,
tártaros, armenios, kurdos o utus. La
Solución Final supuso el exterminio de seis millones de judíos y otro tanto
de prisioneros políticos, gitanos, discapacitados, polacos o eslavos.
Hitler buscando la pureza
racial, decidió desembarazarse de los alemanes que él consideraba degenerados,
dando orden de esterilizar a enfermos mentales, inválidos, ancianos, llegando a
sacrificar en las cámaras de gas a unos 70.000 de ellos entre 1940 y 1941.
La juventud alemana y la
familia fueron objetivos prioritarios, la enseñanza debía inculcar y forjar el
ideario revolucionario nacionalsocialista. Las Juventudes Hitlerianas, tenían
por objeto formar hombres obedientes, bien entrenados militar y físicamente, y totalmente devotos al régimen.
Las SA vieron reducido su
papel a favor de las SS, verdadero ejército de 200.000 hombres bajo las órdenes
de Heinrich Himmler, que dominaba también la policía secreta del estado, la GESTAPO, Los métodos habituales
consistían en torturar, asesinar, provocar suicidios
organizados, crear campos de concentración... En 1939 ya había un millón de
deportados en campos de concentración como Dachau o Buchenwald.
4.- La política económica y social del III Reich.
Hitler había comprendido que
la solidez del régimen pasaba por la búsqueda de soluciones eficaces. Era
preciso reabsorber el paro, relanzar la producción y restablecer el comercio
exterior. La economía la puso en mano de especialistas como el Dr. Schacht,
Ministro de Economía desde 1934 a 1938.
Hitler siguió una política
económica de intervención estatal de acuerdo con la élite industrial. Así creó
una serie de planes económicos que favorecieran el desarrollo de la industria y
los sectores estratégicos.
El primer plan se llevó a cabo entre 1933 y 1937 con una marcada
política de obras públicas. Hasta 1936 se destinaron más de 5.000 millones de
amrcos a infraestructuras, principalmente de transporte. El verdadero impulso
se emprendió en 1936 con el rearme del país. La producción pasó desde el índice
100 en 1929, al 81 en 1934, al 119 en 1937. El paro retrocedió de seis a tres
millones entre 1933-1935, gracias a las obras públicas, el aumento de los
efectivos de las SA y las SS y al restablecimiento del servicio militar
obligatorio desde 1935. En vísperas de la guerra, el relanzamiento de la
industria pesada y de la industria de guerra garantizaron el pleno empleo.
El segundo plan, llevado a cabo entre 1937 y 1941, buscaba liberar a
Alemania de la dependencia exterior por medio de la autarquía. No suponía el
aislamiento sino la posibilidad de equilibrar su balanza comercial. Alemania
tenía que aprovisionarse en el exterior de materias primas y productos
alimenticios. Para pagar las importaciones contaba con sus exportaciones, pero
eso suponía la salida de divisas. Para frenar esta salida se crearon acuerdos
de compensación o clearing con los países de la Europa balcánica y danubiana.
Las importaciones de esos países se pagarían con exportaciones alemanas de
igual valor. Para los países que rehusaban el trueque el Dr. Schacht ideó un
novedoso y coaccionador sistema que consistía en que los importadores alemanas
tenían que pagar a sus proveedores en marcos bloqueados que solo podían ser
utilizados por un comprador extranjero en productos alemanes. Así el Reich logró
incrementar sus ventas que pasaron de 4’8 millones de marcos en 1933 a 5’2 en
1939, a la vez que reducen sus compras.
El nivel de vida, sin embargo,
no se elevó, pues los salarios permanecieron estables, incluso descendieron,
mientras que la producción experimentó un salto hacia delante espectacular, lo
que para muchos alemanes constituía la prueba del éxito del III Reich.